miércoles, 28 de septiembre de 2011

7º Día de la novena a Sta Teresita: “Una Virgen que sonríe”

Lectura del evangelio según San Juan (2,1-5)
Al tercer día se celebraba una boda en Caná de Galilea; allí estaba la madre de Jesús. También Jesús y sus discípulos estaban invitados a la boda. Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dice: ---No tienen vino. Le responde Jesús: --- ¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. La madre dice a los que servían: ---Hagan lo que él les diga. Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, con una capacidad de setenta a cien litros cada una. Jesús les dice: ---Llenen de agua las tinajas. Las llenaron hasta el borde. Les dice: ---Ahora saquen un poco y llévenselo al mayordomo. Se lo llevaron. Cuando el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía, aunque los sirvientes que habían sacado el agua lo sabían, se dirige al novio y le dice: ---Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú, en cambio, has guardado hasta ahora el vino mejor. En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en él los discípulos. Después, bajó a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y discípulos, donde se detuvo allí varios días.

Iluminación de Teresita
Luego de la entrada de Paulina en el Carmelo, caí enferma…La enfermedad que me aquejó provenía, ciertamente, del demonio. Furioso por la entrada de mi hermana en el Carmelo, quiso vengarse en mí, del daño que nuestra familia iba a causarle en el futuro. Pero lo que él no sabía era que la amorosa Reina del cielo velaba por su frágil florecilla, que ella le sonreía desde lo alto de su trono y que se aprestaba a calmar la tempestad en el mismo momento en que su flor iba a quebrarse sin remedio… La enfermedad se desarrolló con temblores en el cuerpo, frío, dolores de cabeza; el doctor dijo que era muy grave… Con frecuencia me quedaba como desmayada, sin hacer el menor movimiento… Todos estaban consternados… pero esta enfermedad no era de muerte, sino, como la de Lázaro, para que Dios fuera glorificado…No sé cómo describir una enfermedad tan extraña.

 
Un día vi que papá entraba en la habitación, y, dándole a María varias monedas de oro con expresión muy triste, le dijo que escribiera a París y encargase unas misas a Nuestra Señora de las Victorias para que le curase a su pobre hijita. ¡Cómo me emocionó ver la fe y el amor de mi querido rey! Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo hizo. Un domingo me puse como mal… María, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Ssma Virgen e invocándola con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba…
También la pobre Teresita… suplicaba a su Madre del cielo…
De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me caló hasta el fondo del alma fue la “encantadora sonrisa de la Santísima Virgen”.
En aquel momento todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de pura alegría…¡La Santísima Virgen, pensé, me ha sonreído! ¡Qué feliz soy!...

REFLEXIONEMOS
1. ¿Cuántas veces acudimos a María con la confianza de la familia de Teresita y hasta la de ella misma?
2. ¿Cuándo he sentido la sonrisa de María en mi vida? ¿cómo le he respondido?
3. ¿Creemos que la Virgen tiene poder suficiente para que su Hijo haga lo que nosotros le pedimos?