jueves, 9 de diciembre de 2010

Octavo día


Oración preparatoria:

“Señor, llama de amor ardiente,
tú que enseñaste secretamente tus misterios
a San Juan de la Cruz, permítenos que su ejemplo
e intercesión alimenten nuestro camino de oración,
y concédenos la gracia de servirte con fidelidad,
a través de todos nuestros pensamientos,
palabras y acciones”. Amén.

San Juan de la Cruz nos dice…

“La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven” (Heb 11,1) Por lo tanto si nosotros “nos hemos de acercar a Dios, debemos creer” ( Heb 11,6).
Por este sólo medio de la fe, se nos manifiesta Dios en divina luz, que excede todo entendimiento.
Para ver a Dios, no debemos entender, sino creer, ir por fe caminando a él, no hay ninguna otra manera. Cuanto más profunda sea nuestra fe, mayor será nuestra unión con Dios.
Necesitamos comenzar nuestra subida a Dios vaciando nuestras mentes y almas de todas las imágenes, o ideas de él, que hubiéramos recibido a través de los sentidos.
Debemos hacer nuestra subida en fe, a oscuras, contentos de ir sin luz. Porque el Dios que buscamos está envuelto en tinieblas, “El ha hecho de las tinieblas y de las aguas tenebrosas el lugar de su morada”… Dios se acerca en una luz resplandeciente, que es tinieblas para nuestros ojos.
En esa misma oscuridad, debemos hacer nuestra subida.”

Iluminación: (Heb 11, 1-3.8.14-16)

“La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. Por la fe comprendemos que el mundo fue formado por la palabra de Dios, lo visible a partir de lo invisible. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que el de Caín, por ella lo declararon justo y Dios aprobó sus dones. Por ella aunque muerto, sigue hablando. Por fe obedeció Abraham a la llamada de salir hacia el país que habría de recibir en herencia; y salió sin saber a dónde iba.
Quienes así razonan demuestran que están buscando una patria. Pero si hubieran sentido nostalgia de la que abandonaron, podrían haber vuelto allá. Por el contrario, aspiraban a una mejor, es decir, a la patria Celestial. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios, porque les había preparado una ciudad.”

Silencio, oración personal.
Rezamos: Padre Nuestro; Ave María; Gloria…

Oración final:

“Señor, Dios nuestro, que hiciste de San Juan de la Cruz, nuestro padre, un modelo de abnegación evangélica y un perfecto amador de Cristo crucificado, concédenos que, siguiendo su ejemplo y su doctrina, lleguemos hasta la contemplación eterna de tu gloria”. Amén