El
sentido es que se manifieste que nacemos para Dios y a Él volvemos. También se
puede armar como un taller con herramientas para significar que en todo este
pasar por este mundo para cumplir el proyecto de Dios sobre nosotros Él nos va
transformando y modelando según su proyecto.
1. ORACIÓN
MEDITAMOS
EL SALMO 8: “Que es el hombre”
UNA PREGUNTA ABIERTA: “¿QUÉ ES EL HOMBRE?”
Está situada en el centro del
poema. Aporta lo más propio del salmo, su principal fuerza de atracción.
“Quiénes somos?”, pregunta básica para orar.
En búsqueda. El hombre es esa
gran pregunta que sobresale sobre el
horizonte plano de la tierra. Es el único animal que se sabe y no se sabe. El
orante que pregunta está representando a toda la humanidad, a cualquier ser
humano.
¿Dónde nacen las preguntas? De
la belleza. Una pregunta provocada por la contemplación. Porque
contempla
pregunta. La admiración es madre del saber. El hombre es un contemplativo de la
creación. De su mirada asombrada en una noche estrellada surge la pregunta
sobre sí mismo. Los ojos levantados hacia el cielo se abajan convertidos en una
pregunta llena de admiración.
¿QUE ES EL HOMBRE?
Un ser pequeño ante la creación
(“gusanito, oruguita” (Is 41,14), pero capaz de pensarla y comprenderla, capaz
de asombro. Este salmo es un canto a la dignidad del ser humano. “El hombre se
nos revela como el centro de esta empresa. Se nos revela gigante, se nos revela
divino, no en sí mismo, sino en su principio y en su destino. Honremos al
hombre, a su dignidad, su espíritu, su vida”. Con estas palabras, en julio de
1969, Pablo VI entregaba a los astronautas norteamericanos, a punto de partir
hacia la luna, el texto del salmo 8.
Un recuerdo que Dios cuida. Una
mirada de amor de Dios: “ha mirado la pequeñez de su sierva” (cf Lc 1,48). Una
pequeñez, pero besada por Dios, llamada por Dios al diálogo, a la alianza, a
una relación de amor. Algo grande debe ser el ser humano para que Dios se
acuerde de él.
Un hijo de Dios en el Hijo,
llamado a conocerse siempre en el don. Es el hermano menor y la imagen de
Jesucristo, por quien el Padre se acuerda y se ocupa de él. “La santidad no
está en tal o cual práctica piadosa; consiste en una disposición del corazón
que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra
debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre” (Teresa de
Lisieux). Jesús nos capacita para ser armonía, luz y paz en medio del
mundo.
Un ser llamado a la libertad, a
ejercer la soberanía sobre la creación no con el dominio sino con el amor. Para
ello debe dominar las fieras de la tierra; pero más aún dominar la fiera que
lleva dentro, para que la historia humana se humanice: “¿Es que tengo fieras
dentro de mí? Sí, y muchas; llevas dentro una multitud de fieras. No lo tomes a
ofensa. Fiera grande es la cólera cuando ladra en el corazón: ¿no es más feroz
que cualquier mastín? El poder que nos han dado sobre los seres vivientes nos
prepara para dominarnos nosotros” (Basilio de Cesarea).
Un cantor de la gloria de Dios.
En el sábado, cuando la creación termina, y todo invita a cantar las maravillas
de Dios en todo lo creado; y en el domingo, cuando Cristo inaugura la nueva
creación, los “nuevos cielos y la tierra nueva”, con la resurrección y con el
dominio sobre la muerte.
(Miramos y escuchamos el video de Santa Teresa
“Vuestra soy para vos nací” y entregamos la letra del mismo para quien quiera
seguirlo con la letra)
Vuestra
soy, para Vos nací:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Este poema, es expresión de una vida que se comprende como don del amor de Dios y ofrenda para él; esa vida es la de santa Teresa de Jesús. Ella ha experimentado las verdades de la fe: en Cristo, el ser humano creado por Dios a su imagen, es redimido; por él, cada persona es llamada y esperada; con él somos conducidos a la salvación; a semejanza suya, la vida del ser humano se realiza en la obediencia al plan del Padre.
Esa experiencia espiritual de la Madre Teresa de Jesús no queda reducida, sin embargo, a un acontecimiento personal que sólo le incumbió a ella. Después de haber paladeado bienes tan altos, ella volcó lo sucedido en su interior en una serie de escritos magistrales, que han pasado a la historia de la literatura universal, con el fin principal de engolosinar, usando su propia terminología, a sus lectores y lectoras, de invitarles a recorrer su propio camino de sanación, de libertad, de plenitud, de entrega.
Teniendo en cuenta todo esto, la celebración del Centenario no puede tener otro objetivo principal que invitarnos a todos a un encuentro profundo con Teresa. No acudir a ella por mera curiosidad o simple obligación, sino tomando conciencia de que nos implica, de que nos cuenta cosas que sentimos en algún modo nuestras; lo que ella nos cuenta, de alguna manera está dentro de nosotros y nos sucede.
La Madre Teresa ha propuesto su historia personal como un camino de experiencia para otros. El modo como ella se ha conducido o, mejor, ha sido conducida, es una guía adecuada para la aventura interior que nos lleva al pleno encuentro con Dios.
Santa Teresa es mediadora de una Presencia activa, la presencia de Dios, y tiene la eficacia de propiciar el encuentro personal, no sólo con ella, sino también con su interlocutor divino, pues Teresa siempre que habla de Dios lo hace delante de él, de forma que él aparezca y se manifieste por sí mismo.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Este poema, es expresión de una vida que se comprende como don del amor de Dios y ofrenda para él; esa vida es la de santa Teresa de Jesús. Ella ha experimentado las verdades de la fe: en Cristo, el ser humano creado por Dios a su imagen, es redimido; por él, cada persona es llamada y esperada; con él somos conducidos a la salvación; a semejanza suya, la vida del ser humano se realiza en la obediencia al plan del Padre.
Esa experiencia espiritual de la Madre Teresa de Jesús no queda reducida, sin embargo, a un acontecimiento personal que sólo le incumbió a ella. Después de haber paladeado bienes tan altos, ella volcó lo sucedido en su interior en una serie de escritos magistrales, que han pasado a la historia de la literatura universal, con el fin principal de engolosinar, usando su propia terminología, a sus lectores y lectoras, de invitarles a recorrer su propio camino de sanación, de libertad, de plenitud, de entrega.
Teniendo en cuenta todo esto, la celebración del Centenario no puede tener otro objetivo principal que invitarnos a todos a un encuentro profundo con Teresa. No acudir a ella por mera curiosidad o simple obligación, sino tomando conciencia de que nos implica, de que nos cuenta cosas que sentimos en algún modo nuestras; lo que ella nos cuenta, de alguna manera está dentro de nosotros y nos sucede.
La Madre Teresa ha propuesto su historia personal como un camino de experiencia para otros. El modo como ella se ha conducido o, mejor, ha sido conducida, es una guía adecuada para la aventura interior que nos lleva al pleno encuentro con Dios.
Santa Teresa es mediadora de una Presencia activa, la presencia de Dios, y tiene la eficacia de propiciar el encuentro personal, no sólo con ella, sino también con su interlocutor divino, pues Teresa siempre que habla de Dios lo hace delante de él, de forma que él aparezca y se manifieste por sí mismo.
Vuestra soy, para
Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Terminamos nuestra oración con esta oración de
Santa Teresa.
ORACIÓN A SANTA
TERESA DE JESÚS
¡Santa Madre Teresa
de Jesús!
Tú te pusiste
totalmente al servicio del amor:
Enséñanos a caminar
con determinación y fidelidad
En el camino de la
oración interior
Con la atención puesta
en el Señor Dios Trinidad
Siempre presente en
lo más íntimo de nuestro ser.
Fortalece en
nosotros el fundamento
De la verdadera
humildad,
De un renovado
desprendimiento,
Del amor fraterno
incondicional,
En la escuela de
María, nuestra Madre.
Comunícanos tu
ardiente amor apostólico a la Iglesia.
Que Jesús sea
nuestra alegría,
Nuestra esperanza y
nuestro dinamismo,
Fuente inagotable
De la más profunda
intimidad.
Bendice nuestra
gran familia carmelitana,
Enséñanos a orar de
todo corazón contigo:
«Vuestra soy,
Señor, para Vos nací
¿Qué mandáis hacer de mí?» Amén.
Vamos a mirar este
video que se titula: “atrévete a buscar tu camino”
La Palabra
se hace llamada e historia. En ella, hombres y mujeres encontrarán la
invitación personal de Dios a la aventura creyente, al diálogo y la amistad, a
la confianza decidida, a saciar su sed de vida, a escucharle también en la
oscuridad, a dejarse transformar en el encuentro con Jesús.
Elegimos alguno o algunos
de estos textos y los meditamos:
Gn. 12 - 22; Ex. 3, 1ss.; Jos, 8,1;
Jue 6 - 7; Sam. 3,1ss.; Jdt. 8 - 9; Est 4, 17i – 17z; Is. 6,1-11; Jer. 1,1-10; Mt. 4,18-22; Lc. 1, 26-38; Lc 19,1-11, Jn 4, 5-29.
Hacer resonancia de los videos y los textos.
De todas
estas historias vocacionales, hay dos especialmente luminosas: las llamadas de
Abraham y de María. Con sus peculiaridades, que os invitamos a descubrir, nos
presentan a un Dios que entabla diálogo con la persona siempre a la escucha. A
partir de una llamada, la vida se despliega para ambos como diálogo orante,
creyente y confiado con el Señor, también en la oscuridad y la lucha. A eso
aspira toda llamada: a prolongar la vida en un constante “hágase tu voluntad”, como María, que llegará hasta la cruz y la
espera del Espíritu con los amigos del Hijo.
Hombres y
mujeres laicos pueden hallar en estas experiencias bíblicas el eco y la luz de
su propia llamada, ese proyecto de vida que Dios tiene para cada uno de ustedes
desde el día de su concepción. Descubrirlo es ocasión de dar gracias y de
entusiasmarse con una vocación personal que quiere desplegarse como amistad
orante con el Señor, al estilo de María y de grandes creyentes como Teresa de
Ávila, oración en fe que nos lleva a decir AMÉN con alegría y esperanza en el
camino de la vida.
Este
centenario es ocasión de redescubrir a Teresa de Jesús desde su llamada
vocacional. Su respuesta no le ahorró luchas y sufrimiento, pero también la
llenó de alegría y plenitud, descubriéndole caminos nuevos e insospechados que
ella compartió para quien de veras desee vivir en amistad con Jesucristo. Así,
su llamada se convirtió en un progresivo dejar a Dios ser Dios y Señor de su
vida, totalmente, radicalmente. Su respuesta puede ayudar también hoy a quienes
desde la vida laical sienten indecisión y miedo en las luchas de cada día.
“Pasaba una vida
trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me
llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Dábanme gran contento todas las
cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos
dos contrarios -tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y contentos y
gustos y pasatiempos sensuales” (Vida 7,17).
Sin
duda, la santa de la experiencia es una buena guía. Ante las mil dificultades
para responder a Dios en lo cotidiano, Teresa, desde su ruptura interior en ese
primer sí que la llevó al convento, da la clave para asumir la propia llamada:
enamorarnos de Cristo, como ella.
“Acuérdaseme, a todo mi
parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento
cuando me muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como
no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo
haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran
mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera
que lo puse por obra” (Vida 4,1).
PREGUNTAS
PARA LA REFLEXIÓN Y
EL DIALOGO
Releyendo
estos textos ¿Cuál de estas experiencias me ha tocado más, porque?
- ¿Me he cuestionado alguna vez sobre
ese proyecto que Dios tiene para mí?
·
¿Qué
miedos tengo… si los tengo?
·
¿Qué
medios tengo para vivir una respuesta elegante y coherente?
- Recordando el video de Teresa y el
video “atrévete a buscar tu camino, me he cuestionado alguna vez de donde
vengo y adónde voy? ¿Para que nací
yo?
·
¿Comprendo
toda mi vida desde la llamada del Señor?
Tomate
un tiempito y medita ¿para que nací? ¿Cuál es el proyecto que Dios tiene para
mí, para la humanidad?
Luego
de un tiempo compartimos en grupos.
“Ante la mirada iluminada
por la fe se descubre un grandioso panorama: el de tantos y tantos fieles
laicos -a menudo inadvertidos o incluso incomprendidos; desconocidos por los
grandes de la tierra, pero mirados con amor por el Padre-, hombres y mujeres
que, precisamente en la vida y actividades de cada jornada, son los obreros
incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes
artífices -por la potencia de la gracia de Dios, ciertamente- del crecimiento
del Reino de Dios en la historia” (Christi Fideles Laici, 17 )
Juan Pablo II
invita a los laicos a ser testigos, misioneros de la fe. Su llamada no puede
quedar como algo privado y particular. Por el contrario, el Papa les invita a
descubrirse mirados por el amor del Padre, un amor que llena de esperanza, de
coraje, de pasión por el trabajo en su viña. La fuerza del Señor que se
descubre en el fondo del corazón impulsa a salir como enviados. Hombres y
mujeres laicos están llamados a seguir a Jesús, el Enviado (Jn 5, 19-47; 7,
25-30; 8, 29), para con Él y como Él, vivir desde la voluntad del Padre y en su
compañía, para salir con el Maestro enviados a los caminos de la historia.
La vocación laical es también apostólica.
Escuchar la propia llamada necesariamente es recibir un envío. Los laicos descubrirán,
dentro de su propia vocación personal, cómo y a quiénes son enviados
concretamente por el Señor dentro del entramado del mundo (Lc 9, 1-6; 20, 1-16;
Jn 3, 28), pero siempre enviados a proclamar, con el testimonio y la palabra, la Buena Nueva de Jesús,
a proclamar que Él vive entre nosotros. Todos al servicio del Reino desde su
carisma concreto, desde su envío personal.
También los laicos
son enviados como “despertadores vocacionales” para ayudar a que otras personas
descubran al Señor y propia llamada al seguimiento. Ser testigos que suscitan
nuevos testigos. ¿Acaso puede guardarse para uno mismo la alegría de seguir a
Jesús y vivir en la comunidad de creyentes que es la Iglesia ?
Para laicos
adultos, esta misión de ayudar a otros a descubrirse llamados por el Señor
tiene unos destinatarios especiales: los jóvenes. Ya el Papa Pablo VI en el año
1965 lazó a los laicos el desafío de acercarse y dialogar con los jóvenes, de
ser testigos eficaces entre las nuevas generaciones.
“Procuren los adultos entablar diálogo
amigable con los jóvenes, que permita a unos y a otros, superada la distancia
de edad, conocerse mutuamente y comunicarse entre sí lo bueno que cada uno
tiene. Los adultos estimulen hacia el apostolado a la juventud, sobre todo en
el ejemplo, y cuando haya oportunidad, con consejos prudentes y auxilios
eficaces. Los jóvenes, por su parte, llénense de respeto y de confianza para
con los adultos, y aunque, naturalmente, se sientan inclinados hacia las
novedades, aprecien sin embargo como es debido las loables tradiciones. También
los niños tienen su actividad apostólica. Según su capacidad, son testigos
vivientes de Cristo entre sus compañeros” (Apostolicam Actuositatem, 12).
Teresa de Ávila, en los primeros
compases de su vida, nos habla de una experiencia contagiosa: su amistad con
María de Briceño, monja en el monasterio de Gracia. Ésta comparte su vida con
Teresa y le habla del Evangelio, suscitando nuevos deseos, abriendo nuevos
horizontes, ofreciendo humildemente un testimonio luminoso de vida entregada al
Señor. Teresa contará con toda sencillez su cambio personal gracias a esta
mujer y con ello nos deja a todos los adultos una invitación: permanecer cerca
de los jóvenes para ayudarles a descubrir a Cristo y su llamada personal al seguimiento.
“Pues comenzando a gustar
de la buena y santa conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien
hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún
tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a
ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y
pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo
dejan por El. Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había
hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas
y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había
puesto grandísima” (Vida 3,1)
Si
este centenario del nacimiento de Teresa de Jesús puede ayudarnos a redescubrir
nuestra llamada, también habrá de ser compromiso y estímulo en nuestra común
tarea eclesial de ser testigos y evangelizadores, seguidores que suscitan
nuevos creyentes, muy especialmente entre los jóvenes. La tarea de los laicos
en insustituible. La casa, la catequesis, el trabajo… mil y una ocasiones de
desafiar a chicos y chicas a la aventura del seguimiento de Jesús. Una palabra,
un gesto, una pregunta que irán poco a poco ayudándoles a descubrirse llamados
por el Señor con una vocación particular, laical, sacerdotal o consagrada.
Teresa
de Jesús no nos va a dar métodos para esto, pero sí una clave: esperar y orar,
orar sin descanso. El laicado, desde el Concilio Vaticano II, es mayor de edad
y, como tal, vivirá también su derecho y obligación de toda la Iglesia. Laicos de
corazón libre y evangélico, llenos de Cristo y de su Espíritu, que arrastran
con su vida a otros hermanos, laicos felices también en medio de la intemperie
que, unidos a sacerdotes y consagrados, construyen una Iglesia joven y contagiosa.
PREGUNTAS
PARA LA REFLEXIÓN Y
EL DIALOGO (INDIVIDUAL)
·
¿Me
siento enviado/a?
·
¿Me
siento concienciado/a para ser despertador vocacional?
·
¿Dificultades?
¿Soluciones?
LUEGO DE UN TIEMPO COMPARTIMOS EN GRUPOS Y EXPONEMOS.
4 LA FAMILIA.
LA FAMILIA: PROYECTO DE DIOS, CASA Y CUNA DE VOCACIONES.
La familia de Jesús
Dios es familia, comunión, trinidad
Jesús nació y vivió la mayor parte de su vida en una familia; asumió la
estructura de las relaciones familiares Este año nos preparamos para celebrar
la fiesta de la familia, que es la fiesta de la vida
Nuestra familia La familia es - la cuna del amor y de la fidelidad - el sacramento
del amor de Dios; - la escuela de ternura; - la fuente y el santuario de la
vida; - la iglesia doméstica; - el patrimonio de la humanidad; - el lugar donde
se fragua el futuro de la humanidad.
Misión de la familia:
- dar testimonio del amor interpersonal
de Dios;
- trasmitir la fe en Jesús;
- anunciar a Jesucristo;
- formar en valores: el amor, la paz,
el diálogo, la alegría
Animador
. LA FAMILIA, ABIERTA A LA PALABRA,
RECREA LA VIDA
Los
invitamos a hacer un momento de
silencio para que abramos el oído y escuchemos la Palabra. Dios
es el que nos hace familia. Escuchar la Palabra es escuchar el amor de Dios.
Lectura de la Palabra:
Col 3, 12-17 (Se lee muy despacio)
Hermanos: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia
entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y
perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado:
haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor
de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro
corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La
palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a
otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de
corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o
de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios
Padre por medio de él.”
Animador/a: En grupos de tres o cuatro personas, sin movernos mucho,
compartimos palabras de aliento, de esperanza, de ánimo, de fortaleza, que nos
brotan de dentro. Así, mediante el diálogo y la escucha de lo mejor que
tenemos, construimos entre todos la vida de nuestra familia.
Canto:
JUNTOS CANTANDO LA ALEGRÍA DE VERNOS
UNIDOS POR LA FE Y EL AMOR. JUNTOS SINTIENDO EN NUESTRAS VIDAS LA ALEGRE
PRESENCIA DEL SEÑOR
ORACIÓN: DIOS FAMILIA
Animador
Todo nuestro encuentro es de oración,
pero ahora nuestra oración se hace más explícita. La dirigimos a Dios Trinidad,
a quien llamamos Dios Familia.
DIOS FAMILIA Tú que eres familia de
amor infinito, enseña a nuestras familias a vivir unidas en el amor.
DIOS FAMILIA, Tú que vives la
pluralidad como riqueza, borra en nuestras familias todo deseo de poder, de
superioridad y de individualismo.
DIOS FAMILIA Enséñanos a perdonarnos, a
compartir nuestros dones, a vivir con alegría y en comunión.
DIOS FAMILIA Tu mirada está siempre
dirigida hacia el otro, orienta nuestras miradas hacia el más necesitado. Que
siempre reine en nuestros hogares la paz, la justicia y la generosidad.
DIOS FAMILIA Te damos gracias por la
familia, sacramento del amor de Dios, fuente y santuario de la vida, cuna del
amor y de la fidelidad, escuela de ternura, trasmisora de la fe, lugar donde se
fragua el futuro de la humanidad.
DIOS FAMILIA Derrama tu gracia y tu
bendición sobre todas las familias del mundo, especialmente en las más
necesitadas. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.
Animador
Con las manos unidas oramos, como si la
pronunciáramos por primera vez, la oración que Jesús nos enseñó, la oración de
la familia: Padre nuestro…
Oración por la familia
Padre,
Dios, Tú has querido que tu Hijo naciera y creciera en una familia, Nos has
dado un modelo de vida en la Familia de Nazaret, en este tiempo de preparación
a la fiesta de la familia fijamos los ojos en esta bella imagen de María, José
y Jesús. ¡Cuánto amor, paz, y alegría irradian! Queremos que nuestra familia se
parezca a la tuya. ¡Ayúdanos! Que sea profundamente contemplativa, intensamente
eucarística, y vibrante de alegría. Ayúdanos a permanecer unidos en la oración
en los momentos de gozo y de dolor. Enséñanos a ver a Jesús en los miembros de
nuestra familia especialmente en los momentos de angustia. Te pedimos por las
familias divididas, por las que sufren a causa de la pobreza, la injusticia, la
enfermedad. Que sepamos ofrecerles acogida y solidaridad. Que todas las
familias sean verdaderas comunidades de fe y de amor, como tu Familia de
Nazaret. Y que todos nos sintamos hijos tuyos y hermanos de todos los hombres.
Amén.