¡Aleluya! El Padre no te ha abandonado, Señor. Y con tu
resurrección se inaugura un tiempo de gozo. Tú vas a la cabeza de la nueva
creación. En ti se desbordan todas nuestras expectativas. Señor, tú eres el
vencedor de la muerte y con ello nos has abierto las puertas de la vida. Tu amor
crucificado ha sido más fuerte que la muerte y el pecado. Gracias, Señor, por
el testimonio gozoso de los apóstoles. Los hemos visto débiles como nosotros,
con miedo a la cruz; incluso hemos escuchado cómo te traicionaban. Ahora contemplamos
que tu resurrección ha disipado en ellos toda tiniebla y ha instaurado en sus
corazones el empuje irrefrenable de la nueva vida. En ellos vernos reflejadas
también nuestras historias personales; con ellos queremos ahora incorporarnos
al gran testimonio y a la gran confesión: tú eres el señor absoluto de la
historia. Te adoramos y te cantamos el cántico nuevo, que el Espíritu grita en
nuestro interior.